Hay una mujer en un charco de luna
sobre mi cama.
No hay horizonte humano que la abarque en su hermosura.
Pareciera derretirse de estrellas
en mi espera
deleitosa.
Nocturnal
la luz le cae en el cuerpo
como un paño de plata y la viste
desnudándola
aún
más hondamente.
Quiero amarla
y su nombre es lejanía.
Hay Luna mía
yo con tanta soledad y tú
con tanta poesía.
que lloverá en el patio del cielo / para que dios aprenda la soledad de uno
lunes, 31 de marzo de 2014
lunes, 24 de marzo de 2014
Desaparecido
No se en qué país está mi sitio
en qué sentimiento humano cuento domicilio
cuál locura habito
cuál abismo
en qué desierto ambiguo está mi nombre
en qué sed infinita tengo casa
no me nombran ya
la rosa y el buen vino
ya ni en la ausencia
tengo mi espejismo.
M.E.
en qué sentimiento humano cuento domicilio
cuál locura habito
cuál abismo
en qué desierto ambiguo está mi nombre
en qué sed infinita tengo casa
no me nombran ya
la rosa y el buen vino
ya ni en la ausencia
tengo mi espejismo.
M.E.
martes, 25 de febrero de 2014
Nocturna polaroid
Otra vez el pájaro nocturno
llama
En ritmo de tres notas
[Sol - Mi – Sol]
Así
una vez y otra
[Sol - Mi – Sol]
Cada madrugada
en la parte más alta de la noche
se empina
a cantarle al día.
A la luz
le canta desde lo oscuro
con todo su pájaro
corazón.
Cómo adivina que pronto
amanecerá
no lo sé.
El viene a cantar y apenas
las sombras palidecen
calla.
Como dejándonos
en las manos del día o
viceversa.
Yo sólo se que cada vez
que lo escucho
evoca en mi una nostalgia
larga
veo el mar
ensayando su canto dentro de un grano de sal
veo los bosques
murmurando en el vientre vegetal de la semilla
veo a Eva
despertando en la luna a su soledad más pura
luminosa
así
como desnuda por dentro
inmóvil cayendo
de espaldas sobre el alma
de las flores.
Y las tres notas golpean
[Sol - Mi – Sol]
esa ventana de agua
donde todo
está sucediendo
en un tiempo unísono
en el que el presente llueve desde
y hacia todas partes
y entonces para mi la nostalgia
cobra tantos
tantos
nombres.
Ay
ya está aquí
carcelero
con su jaula de luz
el día.
Las cosas recuperan sus
contornos
sus
medidas
sus
límites.
Con ello la duda
se diluye
y ya sabemos que
sin duda no hay poesía.
Lentamente
así
voy olvidando hasta sentir
que la noche
es algo que siempre
ocurre
en el pasado.
Heridos mis ojos
como ahogados de luz
me consuelo
pensando que ahora mismo
en algún sitio lejos
es de noche
las cosas pierden su alambrado
y se respira acompasadamente con todos
un pájaro
canta
tres notas
y todo vuelve a empezar.
Inmortales
Hacemos poesía para espantar la muerte
ganarle la espalda siempre
morder su sombra
pintarle colores
que aún no se inventan
el poema transcurre en un tiempo propio
un tiempo fuera del tiempo
por eso en ocasiones
escasísimas ocasiones
cuando la poesía nos traspasa en un abrazo
nos estremece los huesos
entremos en una burbuja
de poético contra tiempo
y por un instante sagrado
sospechamos
que somos
en verdad
inmortales.
ganarle la espalda siempre
morder su sombra
pintarle colores
que aún no se inventan
el poema transcurre en un tiempo propio
un tiempo fuera del tiempo
por eso en ocasiones
escasísimas ocasiones
cuando la poesía nos traspasa en un abrazo
nos estremece los huesos
entremos en una burbuja
de poético contra tiempo
y por un instante sagrado
sospechamos
que somos
en verdad
inmortales.
miércoles, 17 de octubre de 2012
sábado, 30 de junio de 2012
Poema III
Dejan caer sus nombres
con la sencillez de un beso en la frente
los invisibles.
Delatan enseguida
sus sombras de colores
si sienten nostalgia
si agitan sus temores
si traen en la espalda
saudades de invisibles
o sólo maldeamores.
Cultivan invisibles
jardines de amapolas
que riegan con suspiros
con rezos del desierto
con un rumor de eclipse
y el polvo de las horas.
Si van montando sueños
no tienen imposibles
cabalgan sobre el viento
hacia las utopías
y no hay artillería
que pueda detenerlos.
Allí son invencibles
si van montando sueños.
M.E.
con la sencillez de un beso en la frente
los invisibles.
Delatan enseguida
sus sombras de colores
si sienten nostalgia
si agitan sus temores
si traen en la espalda
saudades de invisibles
o sólo maldeamores.
Cultivan invisibles
jardines de amapolas
que riegan con suspiros
con rezos del desierto
con un rumor de eclipse
y el polvo de las horas.
Si van montando sueños
no tienen imposibles
cabalgan sobre el viento
hacia las utopías
y no hay artillería
que pueda detenerlos.
Allí son invencibles
si van montando sueños.
M.E.
Poema VII
Tienen ciertas propias
maneras
de mirar
de reír
de indagar lo cotidiano
con fruición.
De lo común
se extrañan y se alejan.
Y suelen no estar conformes
con ciertas extrañas
maneras propias
que tienen las cosas de ser.
Viven incómodos con su era
como quien habita una piel ajena.
Algunas madrugadas
río arriba en la nostalgia
anhelan otras vidas
otros cielos
otros modos
otros tiempos
en los que con mucho menos
tanto más.
Y así van
viajando hacia el amor
los invisibles.
Inquilinos
pasajeros
pensionistas del tiempo
despojados
que siempre se están yendo.
M.E.
de mirar
de reír
de indagar lo cotidiano
con fruición.
De lo común
se extrañan y se alejan.
Y suelen no estar conformes
con ciertas extrañas
maneras propias
que tienen las cosas de ser.
Viven incómodos con su era
como quien habita una piel ajena.
Algunas madrugadas
río arriba en la nostalgia
anhelan otras vidas
otros cielos
otros modos
otros tiempos
en los que con mucho menos
tanto más.
Y así van
viajando hacia el amor
los invisibles.
Inquilinos
pasajeros
pensionistas del tiempo
despojados
que siempre se están yendo.
M.E.
Poema VIII
Tienen llaves
de invisibles puertas sutiles.
A veces están pero no
permanecen
pero viajan
van y vienen.
En un céntimo de instante
han saltado hacia el verde infinito
han sido viento envuelto en valle
y valle en el viento envuelto.
Han delineado
el destino imaginario de las hojas
de todos los otoños por venir.
Se han amarrado
pañuelo fresco
la brisa marina al cuello.
Y han rozado
furtivos
la roída
felicidad del hombre.
Y entonces te miran
como en un reencuentro
como si se bajaran del tren del tiempo
en la estación de esta vida
sonriendo invisiblemente
dispuestos a contarte
cómo es que caben
los sueños del hombre
en valijas tan frágiles
como un céntimo de instante.
M.E.
de invisibles puertas sutiles.
A veces están pero no
permanecen
pero viajan
van y vienen.
En un céntimo de instante
han saltado hacia el verde infinito
han sido viento envuelto en valle
y valle en el viento envuelto.
Han delineado
el destino imaginario de las hojas
de todos los otoños por venir.
Se han amarrado
pañuelo fresco
la brisa marina al cuello.
Y han rozado
furtivos
la roída
felicidad del hombre.
Y entonces te miran
como en un reencuentro
como si se bajaran del tren del tiempo
en la estación de esta vida
sonriendo invisiblemente
dispuestos a contarte
cómo es que caben
los sueños del hombre
en valijas tan frágiles
como un céntimo de instante.
M.E.
domingo, 10 de junio de 2012
Casa.
En lo oscuro los amantes repiten el ancestral ritual.
Se buscan, a tientas, la piel en medio del acerado frío de la caverna. La tibieza les devuelve algo parecido a la esperanza: una corriente emotiva que los transita a ambos desde el primer contacto de sus cuerpos. Quedan envuelto en un calor bueno: humano y sagrado. La sangre lo sabe de una manera misteriosa y galopa briosa por las venas como un chasqui en las pampas lejanas que trae noticias de libertad a cada posta y caserío del alma.
Desde entonces hay un adentro y un afuera para los amantes. Adentro: la fruición de comerse por instinto el aliento del otro. De buscarle los labios y la boca redonda, líquida, roja.
Afuera la noche infinita como un grito de inmensidades que no caben en el pecho de aquellos habitantes primitivos. Un abismo ciego de preguntas que ni siquiera tienen la palabra, para ser formuladas. ¡Que soledad la de aquellos sin palabras! Tal vez ese afuera representó un terror seminal de lo insondable. ¿Qué serían esos ruidos a lo lejos? ¿Y todos esos brillos diminutos en la llanura infinita y negra que se extiende sobre los árboles? ¿Serían de unos nos-otros lejanísimos? ¿Volvería la luz nuevamente a reinar mañana?
De todo eso y más podían huir los primeros amantes del mundo al entrar en aquella Casa sagrada y carnal. Etérea y salvaje casa de los abrazos, las caricias y ante todo, de esa tan pura tibieza. Casi no hay forma de imaginar la emoción de los primeros que juntaron sus corazones en un abrazo. Ese abandonarse en el otro, ese latir al unísono y sentirse al fin guarecido como un caracol marino en lo recóndito del océano. El abrazo fue la primer casa del hombre. La piel primordial de humanidad con que se cubrió en un mundo donde sólo existía el afuera.
No sabían nada del amor, sólo querían escapar de la intemperie los amantes que inventaron la primer y más perfecta casa del hombre.
Se buscan, a tientas, la piel en medio del acerado frío de la caverna. La tibieza les devuelve algo parecido a la esperanza: una corriente emotiva que los transita a ambos desde el primer contacto de sus cuerpos. Quedan envuelto en un calor bueno: humano y sagrado. La sangre lo sabe de una manera misteriosa y galopa briosa por las venas como un chasqui en las pampas lejanas que trae noticias de libertad a cada posta y caserío del alma.
Desde entonces hay un adentro y un afuera para los amantes. Adentro: la fruición de comerse por instinto el aliento del otro. De buscarle los labios y la boca redonda, líquida, roja.
Afuera la noche infinita como un grito de inmensidades que no caben en el pecho de aquellos habitantes primitivos. Un abismo ciego de preguntas que ni siquiera tienen la palabra, para ser formuladas. ¡Que soledad la de aquellos sin palabras! Tal vez ese afuera representó un terror seminal de lo insondable. ¿Qué serían esos ruidos a lo lejos? ¿Y todos esos brillos diminutos en la llanura infinita y negra que se extiende sobre los árboles? ¿Serían de unos nos-otros lejanísimos? ¿Volvería la luz nuevamente a reinar mañana?
De todo eso y más podían huir los primeros amantes del mundo al entrar en aquella Casa sagrada y carnal. Etérea y salvaje casa de los abrazos, las caricias y ante todo, de esa tan pura tibieza. Casi no hay forma de imaginar la emoción de los primeros que juntaron sus corazones en un abrazo. Ese abandonarse en el otro, ese latir al unísono y sentirse al fin guarecido como un caracol marino en lo recóndito del océano. El abrazo fue la primer casa del hombre. La piel primordial de humanidad con que se cubrió en un mundo donde sólo existía el afuera.
No sabían nada del amor, sólo querían escapar de la intemperie los amantes que inventaron la primer y más perfecta casa del hombre.
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