jueves, 8 de diciembre de 2011

los invisibles - poema I


I

Si un invisible muere esta noche
no se enterará la nieve de su cuerpo caído
ni su sangre le dibujará pájaros torcidos sobre la piel
ni su sombra asistirá al entierro
ni siquiera lo extrañará su espejo.

Las pecas de sus hombros
serán arrojadas a los gorriones
junto a las migas del mantel del medio día
y sin que nadie lo note
se borrará en silencio
de ciertas fotografías
que solía frecuentar.

Sólo quedará su mirada
bajo el callado azul de la siesta
rondando
la máquina de escribir.

El resto de sus efectos personales
se perderán en las mudanzas
en los naufragios
en los velorios
en la noche.




los invisibles - poema III



Dejan caer sus nombres
con la sencillez de un beso en la frente
los  invisibles.

Delatan enseguida
sus sombras de colores
si sienten nostalgia
si agitan sus temores
si traen en la espalda
saudades de invisibles
o sólo maldeamores.

Cultivan invisibles
jardines de amapolas
que riegan con suspiros
con rezos del desierto
con un rumor de eclipse
y el polvo de las horas.

Si van montando sueños
no tienen imposibles
cabalgan sobre el viento
hacia las utopías
y no hay artillería
que pueda detenerlos.

Allí son invencibles
si van montando sueños.





los invisibles - poema II



II




Los invisibles
tienen que llevar
piedras en los bolsillos
todo el tiempo
para no elevarse del piso y quedar
enredados en las ramas de los álamos
caer sobre algún pensativo tejado desnudo
o ser confundidos con ángeles
en los solemnes campanarios del Sur.

Por eso les gusta caminar bajo la lluvia.
Porque casi
tocan el piso todo el tiempo
sin piedras de invisibles en los bolsillos.

Y así pueden ir a la plaza
a jugar al sube y baja
sin sus miedos de invisibles
que les pesen
todo el tiempo.