Feliz por la reseña de Grazia Fresu para la destacada revista italiana de cultura L`IDEALE sobre mi libro de poesía más reciente #Pezrioluna.
Un alto honor ya que se trata de una crítica académica llena de humanidad y de la mirada de otra poeta que admiro. Creo que es uno de los artículos que mejor ha interpretado el sentido profundo de la búsqueda poética del libro.
A continuaciòn la traducción al castellano:
PEZRÍOLUNA: MARTÍN ECHEVERRÍA, UN POETA ALQUÍMICO
de Grazia Frezu
(traducción del artículo publicado en italiano en la Revista L'Ideale)
Martín Echeverría, nacido en Mendoza en 1968, es una de las voces más significativas de la poesía de esta tierra que no tiene solo las vertiginosas alturas andinas, la imprevista extensión del desierto que la rodea, la ciudad con sus acequias y viales arbolados, obra de la ingeniería humana, sus viñas que producen vinos prestigiosos como el Malbec y el Syrah, el otoño rojo y dorado que muestra el momento más mágico de esta región.
Mendoza es también una ciudad de artistas: escritores, poetas, plásticos, músicos que en esta provincia argentina, lejana 1200 km. de Buenos Aires, la centralizadora y cosmopolita capital del país, trabajan y crean con notable talento.
Martín ya publicó tres colecciones de poesías: Los desangelados de 2007, Los invisibles y otros secretos de 2012 y el último Pezríoluna de 2014 del cual queremos hablar como del libro que más que todos los otros nos cuenta su poética, en el proceso mismo del verso. Desde luego, en el mismo título, en la fusión de pez río luna en una única palabra, la colección nos revela su naturaleza alquímica, la metamorfosis, el viaje que del pez, símbolo de la naturaleza en su estado primordial, material y carnal, pasa al río, símbolo del fluir hacia un estadio superior de la materia que accede por fin a la luna que es luz, iluminación, espíritu.
La circularidad de los tres símbolos no es cerrada, repetida, es solo signo del viaje alquímico de trasformación del alma humana, del pasaje por estadios de perfección hasta llegar a la epifanía de lo poético, aquel momento en que el elemento ancestral y el origen biológico y animal del hombre se mueven aspirando al máximo resultado, a lo poético.
La poesía en su misteriosa esencia es la verdadera protagonista del libro donde todo se anuncia y se revela. El epígrafe inicial lo revela: “A ella/ luna/ madresoledad /Ella/ noria secreta/ poesía”. Ya en el primer poema el poeta nos dice “Hay un río sobre el río/ se aleja y vuelve/ estira el agua/ desde el hambre a las palabras/ de la carne a la mañana/ un airerío/ que mece las ramas/ árbol adentro/ un río contra el agua/ de esta sed extraña”. Aquel río de que se habla es un río sobre el río de la experiencia concreta, no tiene orillas de tierra, no está hecho de agua, es solo energía que fluye, corriente de las emociones que se apoya en la realidad sensorial, pero pronto busca una realidad otra, otros mundos posibles que se abren a la luz de una luna que revela lo que estaba oculto, escondido en las apariencias, que ilumina la esfera espiritual, mística donde las cosas reciben una diferente significación.
Este río “alto” va en contra del agua porque esto pide la poesía en su específico “lenguaje connotativo” y esto quiere nuestro poeta: ir a través de oxímoros conceptuales y colisiones metafísicas allá donde el “río va contra el agua”, allá donde se llega al punto en que “La negación del río es/ el horizonte/ su nervio es ir cayendo/ tantear el devenir del mundo/ y dejarse ir en los abismos que asomen”. De frente al límite que lleva abismos se produce el vértigo del Sí, la condición humana asume su imperfección, asume la conciencia que se necesita recorrer caminos alternativos, donde un río asciende en lugar de precipitar hacia el valle y el mar. La poesía da al poeta y a sus lectores la posibilidad de sospechar que el recorrido de la vida humana tiene sentido solo en este viaje alquímico donde mano a mano se alcanzan estadios siempre más perfectos del propio ser, hasta el momento de la plenitud en la disolución de lo particular en lo universal, de lo finito en lo infinito.
“Buceo en el lago del medio/ el círculo de bruma/ se abre una/ y otra vez/ pezón de incienso infinito”. El poeta se sumerge voluntariamente en el lago de su centro energético, de allí nace el impulso para su camino hacia aquel círculo de bruma que es pezón que amamanta, incienso que ofusca y quema, en su homenaje a lo divino, acceso a un infinito del que en nuestros límites escapamos y hacia el cual miramos al mismo tiempo en el corazón de las emociones y en aquel de la poesía.
Ningún viaje del alma tiene en el mundo contemporáneo, para la mayoría de los escritores y de los poetas, una brújula que los guíe, un mapa bien dibujado que señale la partida, las etapas, la meta, un Dios sobre la cabeza que les envíe las Tablas de la Ley. El hombre poeta está solo. “Me dejo caer hacia arriba/ por el plenilunio entre mis sienes”. El poeta cae hacia lo alto, en el vértigo de sus palabras que tienen magia y encanto.
“Con sospechar tus vidas no me alcanza/ me urge lamer tus alturas”. El poeta sabe que nada puede llenar “los siete platos del cuerpo”, los siete chacras de su cuerpo energético, solo la poesía puede hacerlo y sabe que, para vivir en él, aquella poesía debe hablarle con el lenguaje de las supremas contradicciones; “prepárate/ que vas a morir poeta/ y un cortejo de sombras chinas/ te va a ir a enterrar/ en un búho que nada/ con peces estelares/ bajo la arena/ de los valles rotos/ hasta encallar en un muelle/ que va viajando”. En estos versos se hace evidente lo que el poeta fue descubriendo en su camino humano: ninguna forma está fijada para siempre, ninguna identidad nace y muere sin cambio, todo es un eterno hacerse, todo es otro de sí; se puede ser sepultados adentro de un pájaro, antitético en su vuelo a la profundidad pesada de la tierra, se pueden tener como compañeros de esta muerte que aspira a la resurrección unos “peces estelares”, cielo y agua fusionados en una misma imagen, ardidas analogías en las que este libro abunda, y por fin nos podemos encallar en un muelle, pero el muelle no es inmueble, piedra que se injerta en el fondo de las aguas, nos encallamos y sin embargo todavía y siempre seguimos en nuestro propio viaje.
¿Y cuál estancamiento paraliza más a un poeta que aquel de creer haber perdido el don de la palabra con que cuenta a sí mismo y a los demás? El poeta también sufre esto, la turbación de imaginar como inadecuado su canto y contaminada su poesía por el mundo obtuso y perverso. “...en cuál grieta de lo arcano/ en qué esquive del canto/ en cuál fuelle del verso/ te esconderé del odio/ te haré invisible al fuego/ cómo evadirte de los cínicos crónicos/ los rifles sanitarios/ los neutrales de turno”. Preguntas inquietas lo cruzan, lo perturban, lo extravían y entonces el poeta vuelve a hundirse en el mundo para alcanzar en él las condiciones de una nueva ascensión. Desciende en su historia personal, evocando la infancia de su hija, un universo de inocencia, expectativas y armonía donde todavía todo era posible.”...remar el papel/ equivale a pisar una dimensión sin tiempo/ donde siempre es mañana/ cada vez que amanece en ese río blanco/ resplandece la niña/ hasta su intemperie queda fuera/ un tren jamás es solamente/ un reguero de grafito sobre un plano/ es todo un mecanismo de imaginería/ de la pequeña compañera artista/ que viaja entre los ojos y el corazón”. El poeta mira a su hija que dibuja cerca y crea sobre el papel una iconografía de esperanzas abiertas al futuro que le regalan un momento de paz perfecta.
Después vuelve a evocar su propia infancia. Los objetos cotidianos que le marcaban las horas, los descubrimientos que aquella cotidianidad sugería a su encantada consciencia de niño: “Esta noche cenaremos patio/ mañana invierno/ que hambre de barrio cuando duermo/ para qué/ tanto alejarse del niño/ llenar los días de cuadernos/ los renglones de cercos/ si todo lo que tenía que aprender/ ya estaba abierto/ tanta grisura entre recreos/ tanto planchar guardapolvos/ para qué/ si no me ensañaron la estatura de la noche/ tanto alfajor de dulce de leche/ para qué/ si no aprendí a sumar las restas”. Entre sus recuerdos infantiles se abren camino preguntas inadecuadas para la infancia e imposibles: “porque no le enseñaron la estatura de la noche” o a “sumar las restas”, pero la noche con su oscuridad, su silencio, su misterio y los desafíos a la vida, al camino, a su propia naturaleza, pueden ser solo momentos de una madurez que es capaz de interrogarse sobre el destino y sus propios mandatos. Desde su historia personal el poeta transborda su inestancable sufrida demanda de sentido hacia la historia de su país, adentro de una de sus heridas más fuertes que todavía duele en la memoria de todos. “Intangibles al amor” son las madres de Plaza de mayo, que cada jueves desfilan silenciosas con sus pañuelos blancos, reclamando a sus hijos “desaparecidos”, matados por la más feroz dictadura cívico-militar que Argentina haya vivido. “Sus rostros se dibujan/ con las líneas de miles/ en las calles/ ellas los buscan/ cada negación que cargan/ les aplasta el interludio de sus cuerpos/ un peldaño más les cruje/ en la escalera de atrás/ […] en el ábaco de la tristeza/ sus memorias siguen sacando cuentas/ y aunque les entierra/ su aguijón de sal/ la soledad/ nada/ al final de los pasillos/ solo queda la puerta muda de/ lo No/ […] y ellas no aceptan nombrar a alguien/ con esa no-palabra/ que vomita abismo/ desaparecido”. Las madres indómitas enfrentándose con un poder feroz, sus preguntas que reciben como respuesta un muro de “No”, no se detienen adelante de la mentira y del silencio, ellas, como el poeta, reclaman la verdad de la palabra, pretenden exhibir la herida donde la existencia se revele en su dolor y en su rescate, quieren renombrar a sus hijos, a sus nietos perdidos, con nombres que les devuelvan su identidad cruelmente arrancada. También el poeta quiere renombrar los rostros, los acontecimientos, las ocasiones con una palabra-verdad que recurrió el entero ciclo de la significación, desde el hiperrealismo de su ser pez, cruzando el dolor para sí mismo y para el mundo, hasta la ascensión hacia aquella perfección que comprende también el límite y que solo le pertenece a la poesía, que existe antes del poeta, más allá del poeta, esencia misteriosa y impalpable que ningún poeta puede consumir, solo perseguir, retener a veces en un fragmento, pero para aquel fragmento, toda su vida tiene valor y se cumple.
“Al final de todos los ríos del pez/ la luna fluye/ apago los ojos para mirarla/ los ríos que me habitan suben alto/ y se ilumina el lado pez de las cosas/ el hombre se recuesta en el niño/ que ya es aquel río sobre el río/ donde la poesía/ moja sus pies/ al final de todas las lunas de un río/ un pez contempla”.
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