domingo, 26 de diciembre de 2010

Quién anda ahí.

Quién anda por la casa,
quién, con la sed de rastros,
recorre los pasillos transparentes del tiempo.

Quién anda con paso malherido
despojando de sus ropas a los espejos,
bebiendo el polvo y la sal y las sombras.

Quién se emperra
en leerle los labios a la muerte
que gesticula pálida desde la hamaca y se duerme.

Quién descascara la omertad de las paredes
para lamer una palabra, un gesto confidente, mendigando un signo,
el albur al menos de una paradoja arrojada a los ojos como arena.

Quién anda ahí,
detrás de todas esas puertas,
sedienta, azul, desconsolada
y a veces tierna.

Quién arrastra las llaves
por el viejo altillo
echando cerrojo a los recuerdos
y viceversa.

Quién vuelve y revuelve
en los roperos solemnes
esos gestos ajenos meciéndose en las perchas.

Quién insiste
en sonsacarle sus secretos al los sombreros muertos
y con insomnes preguntas despertar a los bastones de su siesta.

Quién cada noche
recorre los rincones,
con la porfía y el sigilo de una mancha de humedad,
tanteando en lo oscuro las respuestas.

Si la casa eres tú,
quién anda ahí,
detrás de todas esas puertas,
sedienta, azul, desconsolada
y a veces tierna.

Agosto

Agosto
quiere decir que aún no
pero pronto.

Es esa diminuta flor celeste
que les crece a las cosas por dentro,
mientras más oscuras,
parecen
por fuera.

No es septiembre, no.
Con su querella del verde
reclamando su lugar
frente a todo lo viejo.

No.
Agosto es agonía esperanzada.
La Ilusión expuesta como una herida abierta.
Es la respiración contenida ante la llegada inminente del aire nuevo.

Sienten en el aire cuando llega agosto los ciegos y los presos de todo tipo.
La sangre estira los hilos del fondo del viento
y galopa dormida, la sangre, por las pampas de agosto.

Y a las niñas les florece la mujer en la mirada.
Y todos los árboles sueñan que son viajeros.
Y todos los viajeros sueñan con volver a casa.

Dame la mano ahora
en las ondas cerrazones del agosto
y conjuremos las sombras
y procuremos lo tibio
y descifremos lo eterno.

Dame la mano y caminemos este Agosto
que el día no es hoy
pero pronto.

Entonces es verdad

En qué país estarás
en qué río
en qué colores nuestros
en cuál limpia nostalgia en que quema
su fuego verde el olvido.


En qué nido del cielo color nocturno te he visto
con este ojo de mar en mi pecho
que mira solamente
sentimientos marinos.

Si ya no somos
nosotros

en ningún banco tibio
de ninguna plaza
de ningún otoño
de ningún exilio,
pero aún estás aquí
como las lluvias que guardo de niño
como un pan pequeño en el ombligo del hambre
como una angustia que trina por la casa que no duerme
entonces

entonces es verdad
que te he querido.

El Don de Enrojecer.

Me gustan las mujeres que enrojecen.
Tanto cromática
poética
como políticamente.

Para empezar me gustan
porque son la única prueba contundente
de que aún hay vida
en mi huraño corazón.

No es que aborrezca
a las féminas azules
grises o celestes.
Es simplemente que
en nada se comparan
a las que tienen
el Don de Enrojecer
que equivale nada menos
a reinventar cada mañana la utopía
multiplicar los panes y los sueños
y poner las cosas más calientes
tanto romántica
política
como poéticamente.

Me gustan las mujeres que enrojecen
pues aquellas hembras
que aún suelen sonrojarse
son la última trinchera que nos queda
en la lucha contra el neo-desamor.

Cuando te tornas mí bien
del verdadero color de las estrellas
quisiera entonces tantas cosas
y entre ellas:
ser peregrino en tu piel
cuando anochece
comer tus besos
uno a uno
lentamente
curar tu soledad
e incluso a veces
quisiera simplemente
amarte
amor
cuando enrojeces.

Ser Canción.

Ser canción por memoria
de niño-padre roto de frío
de sólo luz de luna en el plato en cada cena
y los agravios del día en postre amargo
y sólo muy cuando en de vez
una porción pequeña de dulce de miradas
para no ir a dormirnos tan hambreados.

Ser canción
porque también a los invisibles
nos nombra la luna.
La rosa me nombra y en azul
la montaña me nombra y a veces
yo también la nombro
cuando sueldo andar
callando hondo.

Ser canción
por que la calle, madre dura,
fumando las horas inmensas
con abrazo hueco
madre de los sintechos
de los sinnido
virgen sorda
madre al fin
me pariste a esta soledad mía
que es lo único mío además de
mi porfiada sombra.

Gracias madre
soledad mía
gracias miradas esquivas
oscuras miradas gracias
porque hasta ti me trajeron amor
para llenarme de vos los abrazos
y ser contigo canción de amorosos
trasnsparente canción de etéreos perros urbanos
canción para las blancas manos panaderas
de compañeros canción
con el Armando, el Víctor y la Violeta.

Ser canción de hermanos
para tejer con mi voz
tal tibio manto de estrellas que cubra
hasta los más lejanos
y procurarle al fin
un nido a la luna nueva
en mis zapatos.
Para esto quiero ser canción compadre:
para que nadie se nos quede
afuera de lo humano.